Dios es amor. Con el Espíritu Santo ese amor de Dios se nos infunde de manera especial para vivir como cristianos. Durante la Edad Media y en los tiempos modernos la vida cristiana se entendió como un asunto individual, personal. Uno vivía su fe personal al modo clerical o al modo laico. Clérigos y laicos vivían su fe por separado. Entre tanto la Iglesia se entendía al modo institucional. La Iglesia le pertenecía a los clérigos y no había consciencia o sentido de que la Iglesia fuésemos todos. Todavía hoy están los que siguen viendo la Iglesia al modo institucional. Se ven como miembros de la Iglesia como institución pública (especie de multinacional) antes que como «pueblo de Dios». Podemos decir que de hecho la Iglesia es ambas cosas: institución y pueblo de Dios. Lo uno no quita lo otro. Pero a nivel pastoral y en sentido litúrgico prima el sentido existencial de pueblo de Dios (ver Lumen Gentium , Constitucion dogmática sobre la Iglesia, §’s 6 y 9). Esto es algo que no se vio
Hoy celebramos el misterio de la vuelta de Jesús al Padre. Luego de compartir con los apóstoles y discípulos ya resucitado por la fuerza del Espíritu, Jesús subió al cielo envuelto en una nube. Pero se quedó con nosotros gracias a la acción del mismo Espíritu que nos constituye como cuerpo místico de Cristo. Mediante el Espíritu, Cristo sigue activo entre nosotros como fuente de vida espiritual y nos va perfeccionando como Iglesia y colectivo cristiano. En el último capítulo del evangelio de Marcos se da la Gran Encomienda: Jesús le dice a sus discípulos que salgan a todas partes a anunciar la Buena Nueva de la salvación. Como es natural tomó tiempo caer en cuenta del significado y las implicaciones del Evangelio, como lo vemos luego en el libro de los Hechos de los apóstoles. Todavía hoy día están los rigoristas que quieren imponer condiciones al acceso a la salvación. En los primeros años de la Iglesia se dio la controversia en torno al requerimiento de la circuncisión y las reglas